Estos graffitis diminutos vuelven extraordinario algo tan ordinario como el dinero. Ordinario en el sentido del orden que supone un sistema cuantitativo y un objeto impreso en serie y también ordinario en la connotación de vulgar, algo manoseado y conocido por todos; que se abre a lo extraordinario al ser intervenido por la grafía manual y por un contenido que produce un breve desorden y se encabalga sobre el de la cifra y las formalizaciones oficiales de las instituciones de la Nación. El billete así deja de ser solo un medio de intercambio de valores y mercancías, para transportar gratuitamente otros textos, nuevos sentidos, huellas de la presencia de quienes los usaron y de la época en que fueron útiles como valor de cambio. El objeto en la densidad de significaciones que provoca es recipiente de una memoria que irrumpe entre las formas conmemorativas dominantes.